domingo, julio 30, 2023

TaBaCaRio

En el mes del nonagésimo aniversario de publicación del que tal vez sea el más recordado poema de Fernando Pessoa, esta traducción de Tabacaria, de Álvaro de Campos que sigue la transcripción crítica y actualización ortográfica del proyecto colaborativo Digital Edition of Fernando Pessoa Projects and Publications e incorpora el ritmo paragráfico de los testimonios mecanografiados [70-27 y 28] y [70-29 a 32] recuperado en la edición crítica de J. Pizarro y A. Cardiello publicada por Tinta da China en 2014. El título elegido echa mano de una posibilidad semántica para resaltar el propósito de literalidad de la traducción ofrecida y permite además el juego tipográfico evocador de la primera edición portuguesa del poema, en vida de Pessoa, en la revista Presença cuyas páginas se reproducen al comienzo y el final del conjunto. Un título alternativo, contemplado por Pessoa para este poema y que puede también servir como clave de lectura, «Marcha de la derrota», se recupera también desde el testimonio mecanografiado [70-27].







MARCHA DE LA DERROTA

TaBaCaRio



No soy nada.

Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada.

Eso aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto,

de mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es

(y si supieran quién es, ¿qué sabrían?),

dan hacia el misterio de una calle cruzada constantemente por gente,

hacia una calle inaccesible a todos los pensamientos,

real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,

con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los seres,

con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,

con el Destino conduciendo la carroza de todo por la calzada de nada.


Estoy hoy vencido, como si supiera la verdad.

Estoy hoy lúcido, como si estuviera por morir,

y no tuviera más hermandad con las cosas

que una despedida, y esta casa y este lado de la calle se tornaran

la hilera de vagones de un tren, y una partida pitada a vapor

desde adentro de mi cabeza,

y un estremecimiento de mis nervios y un tronar de huesos en el arranque.


Estoy hoy perplejo, como quien pensó y descubrió y olvidó.

Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo

al Tabacario del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,

y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.


Fallé en todo.

Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuera nada.

Del aprendizaje que me dieron,

me bajé por la ventana de atrás de la casa.

Fui hasta el campo con grandes propósitos,

pero allá solo encontré árboles y hierbas,

y cuando había gente era igual a la otra.


Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué debo pensar?


¿Qué sé yo de lo que seré, yo que no sé lo que soy?

¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tanta cosa!

¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber tantos!

¿Genio? En este momento

cien mil cerebros se conciben genios en sueño como yo,

y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni siquiera uno,

y no habrá más que estiércol de tantas conquistas futuras.

No, no creo en mí.

¡En todos los manicomios hay locos de remate con tantas certezas!

¿Yo, que no tengo ninguna certeza, estoy más en lo cierto o menos?

No, ni en mí...

¿En cuantas mansardas y no-mansardas del mundo

no están soñando a esta hora genios-para-sí-mismos?

¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas

–sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas–,

y quién sabe si realizables,

no verán nunca la luz del sol real ni encontrarán oídos de gente?

El mundo es para quien nace para conquistarlo

y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.

He soñado más que cuanto Napoleón hizo.

He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo.

He hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.

Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la mansarda,

aunque no viva en ella;

seré siempre el que no nació para eso;

seré siempre solo el que tenía cualidades;

seré siempre el que esperó que le abrieran la puerta junto a una pared sin puerta,

y cantó la cantiga del Infinito en una caponera,

y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.


¿Creer en mí? No, ni en nada.

Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente

su sol, su lluvia, el viento que me descubre el cabello,

y el resto que venga si viniere, o tuviere que venir, o no venga.

Esclavos cardíacos de las estrellas,

conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;

pero despertamos y él es opaco,

nos levantamos y él es ajeno,

salimos de casa y él es la tierra entera,

más el Sistema Solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.


(Come chocolates, pequeña;

¡come chocolates!

Mira que no queda ya metafísica en el mundo sino chocolates.

Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.

¡Come, pequeña sucia, come!

¡Si yo pudiera comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!

Pero yo pienso y, al quitar el papel de plata, que es de hoja de estaño,

tiro todo al suelo, como he tirado la vida).


Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca seré

la caligrafía rápida de estos versos,

Pórtico partido hacia lo Imposible.


Pero al menos consagro hacia mí mismo un desprecio sin lágrimas,

Noble al menos en el gesto dilatado con que lanzo

la ropa sucia que soy, sin rol, hacia el curso de las cosas,

y me quedo en casa sin camisa.


(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,

o diosa griega, concebida como estatua que estuviera viva,

o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,

o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,

o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana,

o cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,

o no sé qué moderno –no concibo bien qué–,

todo eso, sea lo que fuere que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!

Mi corazón es un balde vaciado.

Como los que invocan espíritus invocan espíritus me invoco

a mí mismo y no encuentro nada.

Llego hasta la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.

Veo las tiendas, veo las aceras, veo los carros que pasan,

veo los entes vivos vestidos que se cruzan,

veo los perros que también existen,

y todo esto me pesa como una condena al exilio,

y todo esto es extranjero, como todo).


Viví, estudié, amé, y hasta creí,

y hoy no hay mendigo que yo no envidie solo por no ser yo.

Veo en cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,

y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni creído

(porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);

tal vez solo hayas existido, como una lagartija a la que le cortan la cola

y que es cola más acá de la lagartija retorcidamente.


Hice de mí lo que no supe.

y lo que podía hacer de mí no lo hice.

El dominó que vestí estaba equivocado.

Entonces me reconocieron como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.

Cuando quise quitarme la máscara,

estaba pegada a la cara.

Cuando la arranqué y me vi al espejo,

ya había envejecido.

Estaba borracho, ya no sabía vestir el dominó que no me había quitado.

Lancé a un lado la máscara y dormí en el guardarropas

como un perro tolerado por la gerencia

por ser inofensivo

y escribiré esta historia para probar que soy sublime.


Esencia musical de mis versos inútiles,

quién me permitiera encontrarte como cosa que yo hiciera,

y no me quedara siempre al frente del Tabacario del frente,

pisoteando con los pies la consciencia de estar existiendo,

como un tapete en el que un borracho tropieza

o una estera que los gitanos robaron y no valía nada.


Pero el dueño del Tabacario llegó a la puerta y se quedó en la puerta.

Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal girada

y con la incomodidad del alma apenas entendiendo.

Él morirá y yo moriré.

Él dejará el letrero, yo dejaré versos.

A cierta altura morirá también el letrero y los versos también.

Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo el letrero,

y la lengua en que fueron escritos los versos.

Morirá después el planeta girante en que todo esto ocurrió.

En otros satélites de otros sistemas algo como gente

continuará haciendo cosas como versos y viviendo por debajo de cosas como letreros,

siempre una cosa frente a la otra,

siempre una cosa tan inútil como la otra,

siempre lo imposible tan estúpido como lo real,

siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,

siempre esto o siempre otra cosa, o ni una cosa ni la otra.


Pero un hombre entró al Tabacario (¿para comprar tabaco?),

y la realidad plausible cae de repente encima de mí.

Me medio-levanto enérgico, convencido, humano,

e intentaré escribir estos versos en que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro pensando en escribirlos

y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.

Sigo el humo como a una ruta propia,

y gozo, en un momento sensitivo y competente,

la liberación de todas las especulaciones

y la consciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar mal dispuesto.


Luego me reclino hacia atrás en la silla

y continúo fumando.

Mientras el destino me lo conceda, continuaré fumando.


(Si yo me casara con la hija de mi lavandera

tal vez sería feliz).


Visto esto, me levanto de la silla. Voy hasta la ventana.


El hombre salió del Tabacario (¿guardando el cambio en el bolsillo del pantalón?).

¡Ah!, lo conozco: es Estevez sin metafísica.

(El dueño del Tabacario llegó hasta la puerta).

Como por un instinto divino Estevez se giró y me vió.

Me hizo señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo

se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño del Tabacario sonrió.



LISBOA, 15 DE ENERO DE 1928


ÁLVARO DE CAMPOS



Traducción de Carlos Ciro







MARCHA DA DERROTA

TaBaCaRia


Não sou nada.

Nunca serei nada.

Não posso querer ser nada.

À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.


Janelas do meu quarto,

Do meu quarto de um dos milhões do mundo que ninguém sabe quem é

(E se soubessem quem é, o que saberiam?),

Dais para o mistério de uma rua cruzada constantemente por gente,

Para uma rua inacessível a todos os pensamentos,

Real, impossivelmente real, certa, desconhecidamente certa,

Com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres,

Com a morte a pôr humidade nas paredes e cabelos brancos nos homens,

Com o Destino a conduzir a carroça de tudo pela estrada de nada.


Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.

Estou hoje lúcido, como se estivesse para morrer,

E não tivesse mais irmandade com as coisas

Senão uma despedida, tornando-se esta casa e este lado da rua

A fileira de carruagens de um comboio, e uma partida apitada

De dentro da minha cabeça,

E uma sacudidela dos meus nervos e um ranger de ossos na ida.


Estou hoje perplexo, como quem pensou e achou e esqueceu.

Estou hoje dividido entre a lealdade que devo

À Tabacaria do outro lado da rua, como coisa real por fora,

E à sensação de que tudo é sonho, como coisa real por dentro.


Falhei em tudo.

Como não fiz propósito nenhum, talvez tudo fosse nada.

A aprendizagem que me deram,

Desci dela pela janela das traseiras da casa.

Fui até ao campo com grandes propósitos,

Mas lá encontrei só ervas e árvores,

E quando havia gente era igual à outra.


Saio da janela, sento-me numa cadeira. Em que hei de pensar?


Que sei eu do que serei, eu que não sei o que sou?

Ser o que penso? Mas penso ser tanta coisa!

E há tantos que pensam ser a mesma coisa que não pode haver tantos!

Génio? Neste momento

Cem mil cérebros se concebem em sonho génios como eu,

E a história não marcará, quem sabe?, nem um,

Nem haverá senão estrume de tantas conquistas futuras.

Não, não creio em mim.

Em todos os manicómios há doidos malucos com tantas certezas!

Eu, que não tenho nenhuma certeza, sou mais certo ou menos certo?

Não, nem em mim…

Em quantas mansardas e não mansardas do mundo

Não estão nesta hora génios-para-si-mesmos sonhando?

Quantas aspirações altas e nobres e lúcidas —

Sim, verdadeiramente altas e nobres e lúcidas —,

E quem sabe se realizáveis,

Nunca verão a luz do sol real nem acharão ouvidos de gente?

O mundo é para quem nasce para o conquistar

E não para quem sonha que pode conquistá-lo, ainda que tenha razão.

Tenho sonhado mais que o que Napoleão fez.

Tenho apertado ao peito hipotético mais humanidades do que Cristo.

Tenho feito filosofias em segredo que nenhum Kant escreveu.

Mas sou, e talvez serei sempre, o da mansarda,

Ainda que não more nela;

Serei sempre o que não nasceu para isso;

Serei sempre só o que tinha qualidades;

Serei sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de uma parede sem porta,

E cantou a cantiga do Infinito numa capoeira,

E ouviu a voz de Deus num poço tapado.


Crer em mim? Não, nem em nada.

Derrame-me a Natureza sobre a cabeça ardente

O seu sol, a sua chuva, o vento que me acha o cabelo,

E o resto que venha se vier, ou tiver que vir, ou não venha.

Escravos cardíacos das estrelas,

Conquistámos todo o mundo antes de nos levantar da cama;

[2]Mas acordámos e ele é opaco,

Levantámo-nos e ele é alheio,

Saímos de casa e ele é a terra inteira,

Mais o sistema solar e a Via Láctea e o Indefinido.


(Come chocolates, pequena;

Come chocolates!

Olha que não há mais metafísica no mundo senão chocolates.

Olha que as religiões todas não ensinam mais que a confeitaria.

Come, pequena suja, come!

Pudesse eu comer chocolates com a mesma verdade com que comes!

Mas eu penso e, ao tirar o papel de prata, que é de folha de estanho,

Deito tudo para o chão, como tenho deitado a vida.)


Mas ao menos fica da amargura do que nunca serei

A caligrafia rápida destes versos,

Pórtico partido para o Impossível.


Mas ao menos consagro a mim mesmo um desprezo sem lágrimas,

Nobre ao menos no gesto largo com que atiro

A roupa suja que sou, sem rol, pra o decurso das coisas,

E fico em casa sem camisa.


(Tu, que consolas, que não existes e por isso consolas,

Ou deusa grega, concebida como estátua que fosse viva,

Ou patrícia romana, impossivelmente nobre e nefasta,

Ou princesa de trovadores, gentilíssima e colorida,

Ou marquesa do século dezoito, decotada e longínqua,

Ou cocotte célebre do tempo dos nossos pais,

Ou não sei quê moderno — não concebo bem o quê —,

Tudo isso, seja o que for, que sejas, se pode inspirar que inspire!

Meu coração é um balde despejado.

Como os que invocam espíritos invocam espíritos invoco

A mim mesmo e não encontro nada.

Chego à janela e vejo a rua com uma nitidez absoluta.

Vejo as lojas, vejo os passeios, vejo os carros que passam,

Vejo os entes vivos vestidos que se cruzam,

Vejo os cães que também existem,

E tudo isto me pesa como uma condenação ao degredo,

E tudo isto é estrangeiro, como tudo.)


Vivi, estudei, amei, e até cri,

E hoje não há mendigo que eu não inveje só por não ser eu.

Olho a cada um os andrajos e as chagas e a mentira,

E penso: talvez nunca vivesses nem estudasses nem amasses nem cresses

(Porque é possível fazer a realidade de tudo isso sem fazer nada disso);

Talvez tenhas existido apenas, como um lagarto a quem cortam o rabo

E que é rabo para aquém do lagarto remexidamente.


Fiz de mim o que não soube,

E o que podia fazer de mim não o fiz.

O dominó que vesti era errado.

Conheceram-me logo por quem não era e não desmenti, e perdi-me.

Quando quis tirar a máscara,

Estava pegada à cara.

Quando a tirei e me vi ao espelho,

Já tinha envelhecido.

Estava bêbado, já não sabia vestir o dominó que não tinha tirado.

Deitei fora a máscara e dormi no vestiário

Como um cão tolerado pela gerência

Por ser inofensivo

E vou escrever esta história para provar que sou sublime.


Essência musical dos meus versos inúteis,

Quem me dera encontrar-te como coisa que eu fizesse,

E não ficasse sempre defronte da Tabacaria de defronte,

Calcando aos pés a consciência de estar existindo,

Como um tapete em que um bêbado tropeça

Ou um capacho que os ciganos roubaram e não valia nada.


Mas o Dono da Tabacaria chegou à porta e ficou à porta.

Olho-o com o desconforto da cabeça mal voltada

E com o desconforto da alma mal-entendendo.

Ele morrerá e eu morrerei.

Ele deixará a tabuleta, eu deixarei versos.

A certa altura morrerá a tabuleta também, e os versos também.

Depois de certa altura morrerá a rua onde esteve a tabuleta,

E a língua em que foram escritos os versos.

Morrerá depois o planeta girante em que tudo isto se deu.

Em outros satélites de outros sistemas qualquer coisa como gente

Continuará fazendo coisas como versos e vivendo por baixo de coisas como tabuletas,

Sempre uma coisa defronte da outra,

Sempre uma coisa tão inútil como a outra,

Sempre o impossível tão estúpido como o real,

Sempre o mistério do fundo tão certo como o sono de mistério da superfície,

Sempre isto ou sempre outra coisa, ou nem uma coisa nem outra.


Mas um homem entrou na Tabacaria (para comprar tabaco?),

E a realidade plausível cai de repente em cima de mim.

Semiergo-me enérgico, convencido, humano,

E vou tencionar escrever estes versos em que digo o contrário.

Acendo um cigarro ao pensar em escrevê-los

E saboreio no cigarro a libertação de todos os pensamentos.

Sigo o fumo como a uma rota própria,

E gozo, num momento sensitivo e competente,

A libertação de todas as especulações

E a consciência de que a metafísica é uma consequência de estar mal disposto.


Depois deito-me para trás na cadeira

E continuo fumando.

Enquanto o Destino mo conceder, continuarei fumando.


(Se eu casasse com a filha da minha lavadeira

Talvez fosse feliz.)


Visto isto, levanto-me da cadeira. Vou à janela.


O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das calças?).

Ah, conheço-o: é o Esteves sem metafísica.

(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)

Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.

Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó Esteves!, e o universo

Reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.



LISBOA, 15 DE JANEIRO DE 1928.


ALVARO DE CAMPOS


TaBaCaRio

En el mes del nonagésimo aniversario de publicación del que tal vez sea el más recordado poema de Fernando Pessoa, esta traducción de Tabaca...