viernes, junio 10, 2011

Carta de Fernando Pessoa a los "magnetistas" franceses Hector y Henri Durveille

Traduzco y presento de nuevo en este espacio esta poco conocida pieza epistolar (infortunadamente incompleta en las fuentes que de ella conozco) que Fernando Pessoa escribiera en 1919 a los psiquiatras —"magnetistas"— franceses Hector y Henri Durville (padre e hijo).

Fernando Pessoa 10-06-1919

Señores Hector & Henri Durville,

23, rue Saint-Merri, Paris

Lisboa, 10 de junio de 1919

Señores:

Les ruego el favor de enviarme —por vuelta de correo, si es posible— vuestros catálogos completos, así como las reseñas del Instituto de Magnetismo y Psiquismo Experimental; y sobre todo, las relativas al curso por correspondencia de magnetismo personal.

Tal vez tengáis la bondad de brindarme las reseñas más completas si, de mi parte, os aclaro, desde ahora, cuál es mi pretensión y mis razones. Voy a daros los elementos de juicio por los que, sin duda, habréis de responderme. Inútil sería explicaros que todo esto no alude a cosa alguna más que mi pedido de las reseñas de vuestros cursos por correspondencia a los que he hecho alusión.

Quisiera desarrollar, lo más posible, aquello que posea de magnetismo personal, y quisiera desarrollarlo para dar, si esto pudiese hacerse, una coordinación direccional exterior a mi vida. Esto, así dicho, es un poco complicado, pero espero que ustedes lo encuentren claro después de las explicaciones que daré a continuación. Reseñaré para vosotros en primer lugar mi temperamento, en la medida de mis conocimientos (aunque muy precarios) respecto al magnetismo.

Desde un punto de vista siquiátrico, soy un histero-neurasténico, pero, felizmente, mi neuropsicósis es muy débil; el elemento neurasténico domina al elemento histérico, y esto hace que yo no tenga características histéricas exteriores —ninguna necesidad de mentira, ninguna inestabilidad mórbida en mis relaciones con los demás, etc.— Mi histeria no es más que interior, no es mucho más que eso: en mi vida íntima tengo toda la inestabilidad de sentimientos y de sensaciones, toda la oscilación emocional y de la voluntad que caracterizan a la neurosis proteiforme. Excepto en las cosas intelectuales respecto de las cuales he arribado a conclusiones que tengo por seguras, cambio de opinión diez veces al día; no tengo espíritu más que para aquellas cosas en las que no cabe la emoción. Sé que pensar en una determinada doctrina filosófica, o en un problema literario; no he tenido nunca una opinión firme sobre ninguno de mis amigos, sobre ninguna de mis actividades exteriores.

Cerebral interior [anterior en el original], por tanto, como la mayor parte de los nacidos neurasténicos, alcanzo casi siempre los resultados exteriores o dinámicos de dichas manifestaciones íntimas. Hace falta que yo esté muy fatigado o muy excitado, para que mi emotividad se despliegue en el exterior. Mi humor es, exteriormente, invariable: casi siempre estoy calmo y alegre ante los demás. En tanto que mis emociones, dado que están bajo control, no me caen mal; e incluso me gustan mucho porque son útiles para mi vida literaria que mantengo a la par de mi vida práctica. Cultivo también, con un cuidado un poco decadente, estas emociones tan vivas como sutiles que han conformado mi vida interior. No las quiero cambiar. El mal no está ahí.

Ya habréis notado, sin duda, cuál es mi punto débil; un temperamento tal como el que os he descrito, sufre profundamente, no por la emoción, ni por la inteligencia, sino por la voluntad. Esa voluntad sufre por la emoción y por la inteligencia; me refiero a la emoción porque la poseo. La emotividad excesiva nubla la voluntad; la cerebralidad excesiva — la inteligencia colmada de análisis y razonamiento— resquebraja y disminuye esa voluntad que la emoción ha turbado. De aquí la abulia. Siempre quiero hacer, a la vez, tres o cuatro cosas diferentes; pero en el fondo no solamente no las hago, sino que tampoco quiero hacerlas. La acción pesa sobre mí como una maldición; actual, para mí, es violentarme. Todo aquello que en mí es exclusivamente intelectual es muy fuerte, e incluso muy sano. La voluntad inhibidora, que es la voluntad intelectual, está muy cerrada en mí; tengo, a pesar de los fuertes llamados de la emoción, la fuerza de no hacer. Es la voluntad de acción, la voluntad hacia el exterior, la que me falta; es el hacer lo que se me dificulta.

Veamos bien el problema. La concentración es la substancia de toda voluntad. Yo no tengo concentración alguna más que la intelectual, es decir, más que en el razonamiento. Cuando razono, soy, absolutamente, el amo: ninguna emoción, ninguna idea ajena, ningún desarrollo accesorio de ese mismo razonamiento podría cambiar su fluir cerrado y frío. Pero cualquier otra concentración me es, o bien difícil o bien imposible.

Por lo tanto, es sólo por la aplicación centrífuga de esta voluntad centrípeta que me las arreglo ordinariamente para actuar con continuidad. Pero este procedimiento sólo es válido para ciertos tipos de acciones. Supóngase que se trata de escribir una carta bastante larga, una carta comercial complicada; siendo gerente para el extranjero de una casa comercial portuguesa es algo que debo hacer casi todos los días. No puedo hacerlo más que por una clasificación mental del contenido de la carta, una distribución racional de la materia por comunicar. Yo hago este trabajo muy rápido, y el proceso, en un caso como este, tiene la ventaja de ser lo mejor, puesto que la carta resulta mucho más clara y convincente. Imagine, sin embargo, que tratamos de aplicar este procedimiento a una acción pura, que no sea puramente literaria, como aquella. El resultado no es absurdo porque es nulo. La acción coordinadora deviene aquí, en efecto, inhibitoria, y la acción resultante es la de no actuar. No es posible la estrategia de dividirla en pequeñas acciones, no jugamos ajedrez con la realidad cotidiana.

No hace falta, sin embargo, exagerar la importancia de estas observaciones. No soy, para nada, un cadáver consciente. Pero mi voluntad de acción es insuficiente; lo es, sobre todo, si se la compara con mi voluntad de inhibición.

Este estado de ánimo, o más bien, de temperamento es (¿hace falta decirlo?) eminentemente desmagnetizador. Mi vida psíquica es una especie de curso de desmagnetismo personal. Veis entonces cuál es la razón que hace que os escriba y que os entregue estas consideraciones por demás largas y aburridas. Quiero desarrollar mi voluntad de acción, pero quiero hacerlo sin que mi emoción o mi inteligencia sufran con ello. Hasta donde sé, no existe un procedimiento de desarrollo de la voluntad que no anule la emoción ni atente contra la inteligencia, que no sea la cultura magnética (...).

Messieurs Hector & Henri Durville

23, rue Saint-Merri, Paris

Lisbonne, le 10 juin 1919

.Messieurs:

Je vous prie d'avoir l'obligeance de m'envoyer — par retour du courrier, si c'est possible — vos catalogues complets, ainsi que des renseignements sur l'Institut du Magnétisme et du Psychisme Expérimental, et surtout sur le cours par correspondance de magnétisme personnel.

Peut-être vous sera-t-il plus aisé de me donner des renseignements plus exacts, si, de ma part, je vous éclaircis, dès ce moment, sur ce que je veux et pourquoi. Je vais donc vous donner les éléments préliminaires dont vous aurez sans doute besoin pour me répondre. Inutile de vous expliquer que tout ceci n'a trait qu’à ma demande de renseignements sur le cours par correspondance, auquel je viens de faire allusion.

Je veux développer, autant que possible, ce que je puisse avoir de magnétisme personnel, et je veux le développer pour donner, si cela peut se faire, une coordination directionelle extérieure à ma vie. Ceci, ainsi dit, est un peu compliqué, mais j' espère vous le rendre clair au moyen des explications qui vont suivre. Je vous renseignerai d’abord sur mon tempérament, ensuite sur mes connaissances (d'ailleurs très faibles) ou sujet du magnétisme .

Au point de vue psychiatrique, je suis un hystéroneurasthénique, mais, heureusement, ma neuropsychose est assez faible; I'élément neurasthénique domine l'élément hystérique, et cela fait que je n'aie pas de traits hystériques extérieurs — aucun besoin du mensonge, aucune instabilité morbide dans les rapports avec les autres, etc. Mon hystérie n'est qu' intérieure, elle n'est que bien: à moi; dans ma vie avec moi-même j'ai toute l 'instabilité de sentiments et de sensations, toute l'oscillation d'émotion et de volonté qui caractérisent la névrose protéiforme. Excepté dans les choses intellectuelles où je suis arrivé à des conclusions que je tiens pour sures, je change d' avis dix fois par jour; je n'ai l'esprit assis que sur des choses ou il n'y [a] pas possibilité d'émotion. Je sais que penser de telle doctrine philosophique, ou de tel problème littéraire; je n'ai jamais eu d'opinion ferme sur n’importe [le]quel de mes amis, sur n'importe quelle forme de mon activité extérieure.

Cérébral intérieur [orig.: antérieure], pourtant, comme la plupart des neurasthéniques-nés, je maitrise presque toujours les résultats extérieurs, ou dynamiques, de ces manifestations intimes. II faut que je sois ou très fatigué, ou très ému, pour que mon émotivité se répande au dehors. Mon humeur est extérieurement égale: je suis presque toujours calme et gai devant les autres. En tant que telle, et parce qu'elle est sous contrôle, mon émotivité ne me fait pas de mal; je l´aime même beaucoup parce qu'elle m'est utile pour la vie littéraire que je mène à côté de ma vie pratique. Je cultive même, avec un soin un peu décadent, ces émotions autant vives que subtiles dont est faite ma vie intérieure. Je n'y veux rien changer. Le mal n´est pas là.

Vous avez sans doute déjà vu ou est le point faible; un tempérament tel que je vous l'ai décrit est atteint profondément, non dans l'émotion, non d ninguna de ellas. La acción pesa sobre mí como una maldiciónl´intelligence, mais dans la volonté. Cette volonté souffre de par l'émotion et de par l´intelligence; je me rapporte à l'émotion telle que je la possède. L'émotivité excessive trouble la volonté; la cérébralité excessive — I'intelligence trop éprise d'analyse et de raisonnement — écrase et amoindrit cette volonté que l'émotion vient de troubler. D'ou para et a-boulie. Je veux toujours faire, à la fois, trois ou quatre choses différentes; mais au fond non seulement je ne fais, mais je ne veux pas même faire, aucune d'elles. L'action pèse sur moi comme une damnation ; agir, pour moi, c'est me faire violence. Tout ce qui en moi est exclusivement intellectuel est très fort, et même très sain. La volonté inhibitrice, qui est la volonté intellectuelle, est très ferme en moi; j'ai, même sous des sollicitations très fortes de l'émotion, la force de ne pas faire. C'est la volonté d'action, la volonté sur l'extérieur, qui me manque; c'est faire qui m'est difficile.

Voyons bien le problème. C'est la concentration qui est la substance de toute volonté. Je n'ai de concentration qu'intellectuelle, c'est-à-dire, que dans le raisonnement. Quand je raisonne, je suis absolument maître: aucune émotion, aucune idée étrangère, aucun développement accessoire de ce même raisonnement n'en saurait troubler le cours ferme et froid. Mais toute autre concentration m´est ou difficile ou impossible.

Ainsi c'est seulement par l'application centrifuge de cette volonté centripète que je parviens ordinairement à agir avec continuité. Mais ce procédé n'est évidemment valable que pour certains types d'action. Supposez qu'il s'agit d'écrire une lettre assez longue, une lettre commerciale compliquée; étant le gérant pour l'étranger d'une maison de commerce portugaise c'est une chose que j´ai à faire presque tous les jours. Je ne peux le faire que par un classement mental du contenu de la lettre, que par une distribution raisonnée de la matière à communiquer. Je fais ce travail très vite, et le procédé, dans un cas tel que celui-ci, a l'avantage d'être le meilleur, car la lettre n'en est que plus claire et plus convaincante. Imaginez cependant que l'on tâche d'appliquer ce procédé à une action qui soit purement action, qui ne soit purement littéraire, comme celle-là! Le résultat n'en est pas absurde que parce qu'il est nul. L'action coordinatrice devient ici tout à fait inhibitive, et l´action résultante est de ne pas agir. Il n'y a pas de stratégie des petites actions; on ne joue pas des échecs dans la réalité quotidienne.

Il ne faut pas, toutefois, exagérer la portée de ces observations. Je ne suis pas tout à fait un cadavre conscient. Mais ma volonté d'action est insuffisante; elle l'est surtout si on la compare avec ma volonté d'inhibition.

Cet état de l´esprit, ou plutôt du tempérament est (est-il besoin de le dire?) éminemment démagnétisateur. Ma vie psychique est une espèce de cours de démagnétisme personnel. Vous voyez donc quelle est la raison qui fait que je vous écrive et que je vous fasse subir ces considérations assez longues et assez ennuyeuses. Je veux développer ma volonté d'action, mais je veux le faire sans que mon émotion ou mon intelligence aient de quoi se plaindre. A ce que j´en sais, il n'y a qu'un procédé de développement de la volonté qui n 'écrase pas l'émotion ni ne porte pas d´attente à l´intelligence: c'est la culture magnétique (...).

10-6-1919 Páginas Íntimas e de Auto-Interpretação. Fernando Pessoa. (Textos estabelecidos e prefaciados por Georg Rudolf Lind e Jacinto do Prado Coelho.) Lisboa: Ática, 1966. - 69.

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