martes, febrero 07, 2012

Fernando Pessoa - Charles Dickens


Fernando Pessoa — Charles Dickens


Charles Dickens.
Mr. Pickwick pertenece a las figuras sagradas de la historia del mundo. No aduzcan, por favor, que él nunca existió: lo mismo ocurre con la mayoría de las imágenes sagradas del mundo, y ellas han sido presencias vivientes para un vasto número de desgraciados. Por lo tanto, si un místico puede reclamar un conocimiento personal y una clara visión del Cristo, un humano puede reclamar un conocimiento personal y una clara visión de Mr. Pickwick.
Pickwick, Sam Weller, Dick Swiveller —ellos han sido conocidos personales de nuestras horas más felices, irremediablemente perdidos por un truco de desaparición en el que tiempo y espacio nada tienen que ver. Han trascendido a nosotros de una manera más divina que morir, y conservamos su memoria con nosotros de una mejor manera que recordándolos. Las humanas ataduras de espacio y tiempo no los atan a nosotros, no deben ellos obediencia a la lógica de las edades, ni a las leyes de la vida, ni a las incursiones del azar. El jardín en nosotros donde ellos viven aislados, reúne en flores de todas las cosas que hacen la humanidad abundante y placentera para vivir: la hora después de la cena en que todos somos hermanos, la mañana invernal en que todos caminamos juntos, los días festivos en que las cosas desenfrenadas de nuestra imperfección —verdades biológicas, realidades políticas, ser sinceros, esforzarse por conocer, el arte por el arte— descansan en el otro lado inexistente de las colinas cubiertas de nieve.
Leer a Dickens es tener una visión mística —pero, aunque él tantas veces diga que es cristiana, nada tiene que ver con la visión cristiana del mundo—. Es una nueva fundición del antiguo ruido pagano, la vieja alegría báquica del mundo siendo nuestro, aunque transitoriamente, en la coexistencia y plenitud del hombre en la reunión de buena [¿?] parte de la humanidad perenne.
Es una obra humana, y por esto, las mujeres no tienen importancia aquí, tal como en el antiguo criterio pagano, y verdaderamente. Las mujeres de Dickens son de cartón y aserrín para empacar a sus hombres hacia nosotros en el viaje desde el espacio del sueño. La alegría y el entusiasmo de la vida no incluyen a las mujeres y los antiguos griegos, que crearon la pederastia como una institución de disfrute social, supieron esto hasta  su fin último.
Las mujeres de Dickens son muñecas, pero todas las mujeres lo son. Como sostienen algunos pensadores de Nicea (¿?), las mujeres no tienen alma. Su existencia es bi-dimensional con respecto a la tri-dimensionalidad del psiquismo masculino. Las mujeres son simples ornatos de la vida del hombre —de su vida como animal, permitiéndole satisfacer un instinto; de su vida como ser social, permitiéndole perpetuar la sociedad en la que vive trabajando para crear de nuevo; de su vida como ser intelectual, cual parte decorativa del mundo exterior, con paisajes, porcelana, fotografías, muebles antiguos… […]
Charles Dickens.
Mr. Pickwick belongs to the sacred figures of the world’s history. Do not, please, claim that he has never existed: the same thing happens to most of the world’s sacred figures, and they have been living presences to a vast number of consoled wretches. So, if a mystic can claim a personal acquaintance and clear vision of the Christ, a human man can claim personal acquaintance and a clear vision of Mr. Pickwick.
Pickwick, Sam Weller, Dick Swiveller — they have been personal acquaintances of our happier hours, irremediably lost through some trick of losing that time and space have nothing to do with. They have lapsed from us in a diviner way than dying, and we keep their memory with us in a better manner than remembering. The human trammels of space and time do not bind them to us, they owe no allegiance to the logic of ages, nor to the laws of living, nor to the appearances of chance. The garden in us, where they live secluded, gathers in flowers of all the things that make mankind copious and pleasant to live with: the hour after dinner when we are all brothers, the winter morning when we all walk out together, the feast-days when the riotous things of our imperfection — biologic truths, political realities, being sincere, striving to know, art for art’s sake — lie on the inexistent other side of the snow-covered hills.
To read Dickens is to obtain a mystic vision — but, though he claims so often to be Christian, it has nothing to do with the Christian vision of the world. It is a recasting of the old pagan noise, the old Bacchic joy at the world being ours, though transiently, at the coexistence and fullness of men, at the meeting a good [?] part of perennial mankind.
It is a human works, and so women are of no importance in it, as the old Pagan criterion has it, and has it truly. The women of Dickens are cardboard and sawdust to pack his men to us on the voyage from the space of dream. The joy and zest of life does not include woman and the old Greeks, who created pederasty as an institution of social joy, knew this to the final end.
Dickens’ women are dolls, but all women are dolls. As some thinkers upheld it at Nicea (?), women have no souls. Their existence is bi-dimensional to the tri-dimensional psychism of men. Women are merely ornaments to man’s life — of his life as an animal, as enabling him to satisfy an instinct, of his life as a social being, as enabling him to continue the society he lives in and, working for, creates anew, of his life as an intellectual being as a decorative part of the outer world, with landscapes, china, pictures, old furniture... [...]



s.d.
Páginas de Estética e de Teoria Literárias. Fernando Pessoa. (Textos estabelecidos e prefaciados por Georg Rudolf Lind e Jacinto do Prado Coelho.) Lisboa: Ática, 1966.  - 326.


TaBaCaRio

En el mes del nonagésimo aniversario de publicación del que tal vez sea el más recordado poema de Fernando Pessoa, esta traducción de Tabaca...