martes, junio 25, 2013

Fernando Pessoa - Carta a Tía Anica - [24/06/1916] - (Experiencias mediúmnicas)


Fernando Pessoa - Carta a Tía Anica - 24/06/1916 - (Experiencias mediúmnicas)


     Lisboa, 24 de junio de 1916
     Mi querida Tía:

   Agradezco mucho su carta del 13 de junio y la felicitación que me trajo. Agradezco también enormemente la carta de Raúl del 22 de mayo a la que responderé en breve, pues creo que así puedo prometerlo ya que ahora me siento un poco mejor, más apto al no tener la inercia que he tenido y que, como supondrá, se ha debido a los sucesivos choques nerviosos por los que he pasado.
   Felizmente han llegado (¡por fin!) noticias acentuadamente buenas de Pretoria. Salvo en lo que respecta al brazo, que sigue demorándose en recuperar el movimiento, el estado de la Mamá ha mejorado mucho. El estado mental ya está, en últimas, normal. Aquella confusión mental que ella tuvo, y que era lo que más me impresionaba, desapareció. Y ya ella sale del cuarto, pasando unas horas al día en el comedor.
   No sé qué tratamiento se esté empleando ahora. Sé que, al principio, emplearon, en efecto, choques eléctricos, pero suspendieron ese tratamiento porque, al parecer, incomodaba demasiado a la enferma. Y supongo que en aquel momento de la enfermedad no sería aconsejable la incomodidad natural de los choques. Si esto ya ha pasado, ya habrán, supongo, retomado ese tratamiento.
   Entretanto no hay ya nada que, de positivo, se deba afirmar con respecto a la guerra y a las tropas de aquí que han viajado fuera. Y creo, incluso, que los muchachos en la situación de Raúl no corren, por el momento, gran riesgo de ser llamados. Es claro que esto no puedo afirmarlo, pero es lo que aquí me consta. Si Raúl, en cambio, estuviese acá, tendría sin duda que soportar, cuando menos, el aburrimiento de una "escuela de oficiales" o cualquier aparato similar.
   Sobre el estado nervioso en que he vivido, no he pasado mal últimamente. Creo también que no ha habido ninguna novedad en la familia, salvo que Joaquina está unas veces mejor y otras peor. Como yo había previsto astrológicamente, la situación de Mário no sólo mejoró sino que tiende a mejorar cada vez más.
   Vamos ahora al caso misterioso que le causa interés y del que la tía Anica dice no poder columbrar qué sea. Y en efecto, no puede suponerlo, pues, en verdad, yo mismo es lo que menos esperaría.
   El hecho es el siguiente. Allá, hacia finales de marzo (si no me engaño), comencé a ser médium. ¡Imagínese! Yo, que (como recordará) era una elemento refractivo en las sesiones semi-espiritistas que hacíamos, comencé, de repente, con la escritura automática. Estaba una vez en casa, de noche, habiendo llegado de A Brasileira, cuando sentí el deseo de, literalmente, tomar una pluma y ponerla sobre el papel. Es claro que fue después que me apercibí del hecho de haber tenido ese impulso. En el momento, no reparé en ello, lo tomé como un hecho, natural en que se está distraído, de tomar una pluma para hacer garabatos. En esa primera sesión comencé por la firma (bien conocida por mí) «Manuel Gualdino da Cunha». Yo, ni de lejos, estaba pensando en el tío Cunha. Después escribí unas cuantas cosas más, sin relevancia, ni interés, ni importancia.
   De vez en cuando, unas veces voluntariamente, otras veces obligado, escribo. Pero raras veces son «comunicaciones» comprensibles. Ciertas frases se perciben. Y hay sobre todo una cosa curiosísima –una tendencia irritante a responderme preguntas con números; así como también la tendencia al dibujo–. No son diseños de cosas, sino de señales cabalísticas y masónicas, símbolos del ocultismo y cosas así que me perturban un poco. No es nada que se parezca a la escritura automática de la Tía Anica o de María –una narrativa, una serie de respuestas en lenguaje coherente. Es así pero imperfecto, además, mucho más misterioso.
   Debo decir que el pretendido espíritu del Tío Cunha nunca más se manifestó en la escritura (ni de otra manera alguna). Las comunicaciones acutales son, por decirlo así, anónimas y siempre que pregunto «¿quien habla?» me hace dibujos o escribe números.
   Le envío, adjunta, una muestra simple, que no es necesario que me devuelva. En ella hay números y garabatos, pero casi no hay dibujos. Es la que tengo aquí, a mano. La envío para que vea el aspecto de mis comunicaciones.
   Es algo singular que, a pesar de no comprender yo nada de estos números, he consultado a un amigo mío, ocultista y magnetizador (una criatura muy interesante además de ser un excelente amigo) y él me ha dicho algunas cosas singulares. Por ejemplo, le conté una vez que había escrito un número cualquiera (de cuatro cifras) del que no me acuerdo ahora. El me contestó que había cinco personas en la casa en la que yo estaba. Y, en efecto, así era. Sin embargo, nunca me dijo a partir de qué había concluido eso. Me explicó tan sólo que el hecho de escribir números era una prueba de la autenticidad de mi escritura automática. –esto es, de que no se trataba de autosugestión sino de legítima mediumnidad–. Los espíritus –dijo él– se comunican así para dar esa garantía; y las comunicaciones son, por lo mismo, incomprensibles para el médium y del orden que incluso el inconsciente suyo sea incapaz de imaginar.
   Este amigo mío me ha explicado otros números así, con idéntica y curiosa seguridad. Sólo hubo tres números que él no comprendió.
   Le estoy contando rápidamente, es claro, y necesariamente omito pormenores y detalles interesantes.  Lo que narro, sin embargo, es lo esencial.
   No se detiene aquí mi mediumnidad. Descubrí otra especie de cualidad mediumnica, que hasta ahora yo no sólo no había sentido nunca sino que, por decirlo así, sólo sentía negativamente. Cuando Sá-Carneiro atravesaba en París la gran crisis mental que lo habría de llevar al suicidio, yo sentí la crisis aquí, cayó sobre mí una súbita depresión llegada del exterior, que yo, en el momento, no conseguí explicarme. Esta forma de sensibilidad no ha tenido continuidad.
   Guardo, no obstante, para el final, el detalle más interesante. Es que estoy desarrollando no sólo cualidades de médium escribiente sino de médium vidente. Comienzo a tener aquello que los ocultistas llaman «la visión astral», y también la llamada «visión etérica». Todo esto está muy incipiente, pero no admite dudas. Es todo, pues, imperfecto y sólo en ciertos momentos, pero en esos momentos existe.
   Hay momentos, por ejemplo, en que tengo perfectamente alboradas de «visión etérica» en las que veo el «aura magnética»  de algunas personas y, sobre todo, la mía al espejo y, en la oscuridad, irradiando desde mis manos. No es alucinación porque lo que yo veo, también otros lo ven, por lo menos, un otro, con estas cualidades más desarrolladas. Llegué, en un momento feliz de la visión etérica, a ver, en A Brasileira do Rossio, en la mañana, las costillas de un individuo a través del traje y de la piel. Es esto la visión etérica en su grado pleno. ¿Llegaré a tenerla realmente, esto es, más nítida y siempre que quiera?
   La «visión astral» está muy imperfecta. Pero a veces, de noche, cierro los ojos y hay una sucesión de pequeños cuadros, muy rápidos, muy nítidos (tan nítidos como cualquier cosa del mundo exterior). Hay figuras extrañas, dibujos, señales simbólicas, números (he visto también números), etc.
   Y está –lo que es una sensación muy curiosa– el sentirme a veces perteneciente a cualquier otra cosa. Mi brazo derecho, por ejemplo, comienza a serme levantado en el aire sin yo quererlo. (Es claro que puedo resistirme, pero el hecho es que en esa ocasión yo no quería levantarlo). En otras ocasiones me caigo de lado, como si estuviese hipnotizado, etc.
   Se preguntará la Tía Anica, ¿en qué es que esto me perturba, y en qué es que estos fenómenos —aunque aún tan rudimentarios— me incomodan? No es el susto. Hay más curiosidad que susto, aunque haya a veces cosas que infunden un cierto respeto, como cuando, varias veces, mirando hacia el espejo, mi rostro desaparece y me aparece el rostro de un hombre barbado, u otro cualquiera (son cuatro, en total, quienes así se me aparecen).
   Lo que me incomoda un poco es que yo sé poco más o menos lo que esto significa. No crea que es locura. No lo es: se da incluso el hecho curioso de que, en materia de equilibrio mental, estoy tan bien como nunca estuve. Ocurre que todo esto no es el vulgar desarrollo de cualidades de médium. Ya sé lo suficiente de las ciencias ocultas para reconocer que se están despertando en mí los sentidos llamados superiores para un fin cualquiera que el Maestro desconocido, que así me va iniciando, al imponerme esa existencia superior, me dará un sufrimiento mucho mayor del que hasta ahora he tenido, y aquel disgusto profundo por todo que viene con la adquisición de estas facultades. Además de eso, ya la propia alborada de estas facultades está acompañada de una misteriosa sensación de aislamiento y de abandono que colma de amargura hasta el fondo del alma.
   En fin, será lo que deba ser.
   Yo no lo cuento todo, porque no todo puede ser contado.
   Pero digo lo suficiente para que, vagamente, me comprenda.
   No sé si realmente creerá que estoy loco. Creo que no. Es cierto que estas cosas son anormales, pero no antinaturales.
   Le pido el favor de no hablar de esto con nadie. No hay en ello ventaja alguna y son muchas las desventajas (algunas, tal vez, de orden desconocida) de hacerlo.
   Adiós, mi querida Tía. Saudades para María y para Raúl. Besos para Eduardinho. Y para usted muchos y muchos abrazos de su sobrino muy amigo y agradecido,

                    Fernando.



Texto original:


Lisboa, 24 de Junho de 1916
Minha querida Tia:
Muito lhe agradeço a sua carta de 13 e os parabéns que me traz. Muito agradeço também a carta do Raúl de 22 de Maio, a que responderei brevemente; creio que assim posso prometer, porque me sinto agora já um pouco melhor, já mais apto a não ter a inércia que tenho tido e que, como calcula, tem sido devida aos sucessivos choques nervosos por que tenho passado.
Felizmente que chegaram (enfim!) de Pretória notícias acentuadamente boas. Excepto no que respeita ao braço, que está demorando em recuperar o movimento, o estado da Mamã melhorou muito. O estado mental está, enfim, normal. Aquela confusão mental que ela tinha, e que era o que mais me impressionava, desapareceu. E ela já sai do quarto, passando umas horas por dia na casa de jantar.
Não sei o tratamento empregado agora. Sei que, a princípio, empregaram, com efeito, os choques eléctricos, mas suspenderam esse tratamento, porque, ao que parece, incomodava demasiadamente a doente. E suponho que naquela altura da doença não seria bom o incómodo natural dos choques. Se assim foi, já terão, suponho, retomado esse tratamento.
Por enquanto não há nada em que, de positivo, se deva assentar com respeito à guerra e às tropas de aqui irem para fora. E creio, mesmo, que os rapazes na situação do Raúl não correm, por enquanto, grande risco de serem chamados. É claro que não posso afirmar isto, mas é o que consta aqui. Já se o Raúl estivesse cá, naturalmente teria, pelo menos, a maçada de uma «escola de oficiais» ou qualquer aparelho parecido.
Sobre o estado nervoso em que tenho vivido, não tenho passado mal ultimamente. Também creio que não tem havido novidade na família, salvo que a Joaquina está umas vezes melhor, outras pior. Como eu tinha previsto, pela astrologia, a situação do Mário não só melhorou, mas parece tender para melhorar cada vez mais.
Vamos agora ao caso misterioso que a interessa e que a tia Anica diz não poder calcular o que seja. Sim, não calcula, decerto eu próprio é o que menos esperaria.
O facto é o seguinte. Aí por fins de Março (se não me engano) comecei a ser médium. Imagine! Eu, que (como deve recordar-se) era um elemento atrasador nas sessões semiespíritas que fazíamos, comecei, de repente, com a escrita automática. Estava uma vez em casa, de noite, tendo vindo da Brasileira, quando senti a vontade de, literalmente, pegar numa caneta e pô-la sobre o papel. É claro que depois é que dei por o facto de que tinha sido esse impulso. No momento, não reparei no facto, tomei-o como o facto, natural em quem está distraído, de pegar numa pena para fazer rabiscos. Nessa primeira sessão comecei por a assinatura (bem conhecida de mim) «Manuel Gualdino da Cunha». Eu nem de longe estava pensando no tio Cunha. Depois escrevi mais umas cousas, sem relevo, nem interesse nem importância.
De vez em quando, umas vezes voluntariamente, outras obrigado, escrevo. Mas raras vezes são «comunicações» compreensíveis. Certas frases percebem-se. E há sobretudo uma cousa curiosíssima — uma tendência irritante para me responder a perguntas com números; assim como há a tendência para desenhar. Não são desenhos de cousas, mas de sinais cabalísticos e maçónicos, símbolos do ocultismo e cousas assim que me perturbam um pouco. Não é nada que se pareça com a escrita automática da Tia Anica ou da Maria — uma narrativa, uma série de respostas em linguagem coerente. É assim mais imperfeito, mas muito mais misterioso.
Devo dizer que o pretenso espírito do tio Cunha nunca mais se manifestou pela escrita (nem de outra maneira). As comunicações actuais são, por assim dizer, anónimas e sempre que pergunto «quem é que fala?» faz-me desenhos ou escreve-me números.
Mando-lhe, junta, uma amostra simples, que não é preciso devolver-me. Nesta há números e rabiscos, mas quase que não há desenhos. É o que tenho aqui à mão. É para verem como é o aspecto das minhas comunicações.
É singular que, apesar de eu não perceber nada de tais números, consultei um amigo meu, ocultista e magnetizador (uma criatura muito curiosa e interessante, além de ser um excelente amigo) e ele disse-me cousas singulares. Por exemplo, eu disse-lhe uma vez que tinha escrito um número qualquer (de quatro algarismos) de que não me recordo agora. Ele respondeu-me que havia cinco pessoas na casa onde eu estava. E, com efeito, assim era. Mas ele não me diz de onde é que concluiu isso. Explicou-me apenas que esse facto de eu escrever números era prova da autenticidade da minha escrita automática — isto é, de que não era autosugestão, mas mediunidade legítima. Os espíritos — diz ele — fazem essas comunicações para dar essa garantia; e essas comunicações são, por isso mesmo, incompreensíveis ao médium, e de ordem que mesmo o inconsciente dele era incapaz de imaginar (?).
Este meu amigo tem-me explicado outros números assim, com igual, e curiosa, segurança. Só houve três números que ele não compreendeu.
Estou contando rapidamente, e claro, e necessariamente omito pormenores e detalhes interessantes. O que narro, porém, é o essencial.
Não pára aqui a minha mediunidade. Descobri uma outra espécie de qualidade mediúnica, que até aqui eu não só nunca sentira, mas que, por assim dizer, só sentia negativamente. Quando o Sá-Carneiro atravessava em Paris a grande crise mental, que o havia de levar ao suicídio, eu senti a crise aqui , caiu sobre mim uma súbita depressão vinda do exterior , que eu, ao momento, não consegui explicar-me. Esta forma de sensibilidade não tem tido continuação.
Guardo, porém, para o fim o detalhe mais interessante. É que estou desenvolvendo qualidades não só de médium escrevente, mas também de médium vidente. Começo a ter aquilo a que os ocultistas chamam «a visão astral», e também a chamada «visão etérica». Tudo isto está muito em princípio, mas não admite dúvidas. É tudo, por enquanto, imperfeito e em certos momentos só, mas nesses momentos existe.
Há momentos, por exemplo, em que tenho perfeitamente alvoradas (?) de «visão etérica» — em que vejo a «aura magnética» de algumas pessoas, e, sobretudo, a minha ao espelho e, no escuro, irradiando-me das mãos. Não é alucinação porque o que eu vejo outros vêem-no, pelo menos, um outro, com qualidades destas mais desenvolvidas. Cheguei, num momento feliz de visão etérica, a ver na Brasileira do Rossio, de manhã, as costelas de um indivíduo através do fato e da pele . Isto é que é a visão etérica em seu pleno grau. Chegarei eu a tê-la realmente, isto é, mais nítida e sempre que quiser?
A «visão astral» está muito imperfeita. Mas às vezes, de noite, fecho os olhos e há uma sucessão de pequenos quadros, muito rápidos, muito nítidos (tão nítidos como qualquer cousa do mundo exterior). Há figuras estranhas, desenhos, sinais simbólicos, números (também já tenho visto números), etc.
E há — o que é uma sensação muito curiosa — por vezes o sentir-me de repente pertença de qualquer outra cousa. O meu braço direito, por exemplo, começa a ser-me levantado no ar sem eu querer. (É claro que posso resistir, mas o facto é que não o quis levantar nessa ocasião.) Outras vezes sou feito cair para um lado, como se estivesse magnetizado, etc.
Perguntará a Tia Anica em que é que isto me perturba, e em que é que estes fenómenos — aliás ainda tão rudimentares — me incomodam? Não é o susto. Há mais curiosidade do que susto, ainda que haja às vezes cousas que metem um certo respeito, como quando, várias vezes, olhando para o espelho, a minha cara desaparece e me surge um fácies de homem de barbas, ou um outro qualquer (são quatro, ao todo, os que assim me aparecem).
O que me incomoda um pouco é que eu sei pouco mais ou menos o que isto significa. Não julgue que é a loucura. Não é: dá-se até o facto curioso de, em matéria de equilíbrio mental, eu estar bem como nunca estive. É que tudo isto não é o vulgar desenvolvimento de qualidades de médium. Já sei o bastante das ciências ocultas para reconhecer que estão sendo acordados em mim os sentidos chamados superiores para um fim qualquer que o Mestre desconhecido, que assim me vai iniciando, ao impor-me essa existência superior, me vai dar um sofrimento muito maior do que até aqui tenho tido, e aquele desgosto profundo de tudo que vem com a aquisição destas altas faculdades. Além disso, já o próprio alvorecer dessas faculdades é acompanhado duma misteriosa sensação de isolamento e de abandono que enche de amargura até ao fundo da alma.
Enfim, será o que tiver de ser.
Eu não digo tudo, porque nem tudo se pode dizer.
Mas digo o bastante para que, vagamente, me compreenda.
Não sei se realmente julgará que estou doido. Creio que não. Estas cousas são anormais sim, mas não antinaturais.
Pedia-lhe o favor de não falar nisto a ninguém. Não há vantagem nenhuma, e há muitas desvantagens (algumas, talvez, de ordem desconhecida) em fazê-lo.
Adeus, minha querida Tia. Saudades à Maria e ao Raúl. Beijos ao Eduardinho. Para si muitos e muitos abraços do seu sobrinho muito amigo e grato,
                Fernando





TaBaCaRio

En el mes del nonagésimo aniversario de publicación del que tal vez sea el más recordado poema de Fernando Pessoa, esta traducción de Tabaca...